Ensayo de historia americana Felipe Salvador Gilij
Idioma: Español Editor: Caracas, Venezuela. Arte: 1992Descripción: 267 PáginasTipo de contenido: texto Tipo de medio: no mediado Tipo de portador: volumenISBN: 9802595454| Tipo de ítem | Biblioteca actual | Signatura | Estado | Fecha de vencimiento | Código de barras |
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Libros
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Biblioteca Universidad Monteávila | Disponible | 2025-0305 |
Noticias preliminares de la tierra, del agua y del cielo del Orinoco /
Del físico de los orinoquenses /
De la moral de los orinoquenses /
De lo político de los orinoquenses /
Felipe Salvador Gilij nació en Legogne, pueblo de la umbría italiana, el 27 de julio de 1721. Ingresó en el Noviciado de la Compañía de Jesús el 27 de agosto de 1740. Estudió en el Colegio Romano, donde coincidió con la estancia en Italia del P. José Gumilla, el gran misionero del Orinoco, quien había venido a Europa como Procurador de la Provincia (jesuítica) del Nuevo Reino de Granada. Con toda probabilidad, la presencia de Gumilla en Roma alentó la vocación misionera del joven novicio, porque pronto, el 25 de abril de 1741, fue destinado a esa provincia.
En febrero de 1743, embarcó para América en Cádiz, acompañado por siete jesuitas, además de Gumilla. Luego de una travesía de cuarenta días, llegó a Cartagena de Indias, continuando luego su viaje desde la Barraca hasta Honda, por el río Magdalena; llegó a Santa Fe de Bogotá en junio de 1743.
Gilij prosiguió sus estudios en la Universidad Javeriana de Bogotá, y se ordenó como sacerdote en 1748. Sólo entonces, partió para el Orinoco, donde pasó dieciocho años de actividad misional, interrumpida por el decreto de Carlos III, en 1767, que expulsaba a los jesuitas. Había pronunciado sus últimos votos religiosos el 28 de marzo de 1756. Tan pronto llegó a su destino orinoquense, fundó la misión de La Encaramada, a orillas del Orinoco. A los pocos meses de estar allí, con la bajada del río, le atacaron las fiebres, el hambre y los estragos sucesivos a su salud. La fluxión en los ojos y los dolores de cabeza, hicieron harto difícil su adaptación al medio. Sin embargo, vestido con rigurosa sotana negra, Gilij emprendió sus viajes apostólicos, el primero de los cuales tuvo lugar ya en 1751. En 1756 estuvo en Cascada de Sápida; en marzo de 1757, remontó el río Auvana, donde le fue dado observar una tribu completa de hombres y mujeres desnudos. En aquellas regiones aprendió a convivir con el peligro. Una vez, según narra, al cruzar el Orinoco, la curiara fue traída y llevada por las aguas embravecidas, lo que lo hizo caer al agua, y cuando estaba a punto de ahogarse, lo salvaron la pericia y la fortaleza de un tamanaco amigo suyo, Tomás Queveicoto.
En 1764 estuvo en el raudal de Maipures; en 1776 viajó por los ríos Suapure y Táriba. Entretanto, Gilij no descuidó la conducción de su misión. Durante dieciocho años fue el misionero único de los tamanacos, trabajando también con los Maipures, cuya lengua conocía muy bien y, por un lapso breve de tiempo, se encargó de los piaras y los pereques.
Al consumarse la expulsión de los jesuitas de América, decretada por Carlos III, viajó a La Guaira donde permaneció siete meses en el convento de los franciscanos. En marzo de 1768 se embarcó para España y de allí pasó a Italia, donde fue Director Espiritual de Macerata, y en 1769 Rector del Colegio Monte Santo. La supresión de la Compañía por el Papa, en 1773, lo sorprendió en Orvieto. Fue entonces cuando se dedicó a escribir su historia. No parece seguro, como afirman ciertos estudiosos, que lo hiciera pensionado desde un principio por el Rey de España; pero en todo caso sí es enteramente cierto que recibió una pensión de Carlos III en atención a su empeño por escribir en italiano la historia del Orinoco, para reivindicar a España "de las calumnias con que los escritores extranjeros procuran denigrarla"¹. El Embajador español en Roma don José Nicolás de Azara, le facilitó, además, la consulta de su biblioteca. Todo ello se explica por qué Gilij, en ningún momento de su historia, se suma a los detractores de la acción colonizadora de España, como fue el caso de otros jesuitas expulsos (en su mayoría americanos) quienes se solazaron en una visión dejativa de la labor hispánica en América, motivados por un germinal e incipiente sentimiento de patriotismo. En ningún momento se le escapa a Gilij una queja por la medida de expulsión adoptada por Carlos III. Su obra impulsó, en todo momento, una visión "dorada" de la conquista y colonización del Nuevo Mundo.

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